Los pronósticos se han cumplido: la llegada del otoño ha desatado en Europa la temida segunda ola de la pandemia provocada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2. A pesar de que en algunos países como España o Francia esta se adelantó algunas semanas, la incidencia del virus en el viejo continente comienza a recordar a los peores escenarios vividos en los meses de marzo y abril. La cercanía del invierno y la confluencia de las altas tasas de contagios con la temporada de gripe y otros virus respiratorios ha obligado a todos los países a adoptar drásticas medidas con el objetivo de contener el avance de la Covid-19.
En este escenario muchas miradas se posan en China. Wuhan (Hubei) se convirtió a principios de año en el epicentro de la pandemia. El mundo asistió sin ser consciente de lo que nos esperaba a todos a confinamientos masivos en la metrópoli que más tarde se extenderían por todo el país, junto con otras medidas, para detener la propagación del virus. Mientras Europa ha triplicado el número de contagios en el último mes y en el horizonte comienzan a materializarse los confinamientos como el último recurso, China ha iniciado la senda de la recuperación y Wuhan se presenta como una de las ciudades más seguras de China. ¿Cómo es posible?
Las diferencias entre las medidas aplicadas por China y los diferentes países europeos son notables, aunque de base, radican en los mismos conceptos. El país asiático ha realizado una inversión mastodóntica de recursos además de optar por un rápido confinamiento total de la población y cierre de fronteras. Medidas aplicadas en el viejo continente, pero con la salvedad de la férrea disciplina de los chinos en su cumplimiento. Una fórmula que ha permitido que más de 52 millones de turistas se desplacen a Wuhan en los últimos días con motivo de la fiesta nacional. Algo impensable actualmente en cualquier nación europea.
¿QUÉ HA FALLADO EN EUROPA?
Desde el verano hemos visto como en toda China se han celebrado eventos multitudinarios en los que los asistentes no utilizan mascarilla ni mantienen distancia de seguridad. ¿Qué ha fallado en Europa? De acuerdo a los datos oficiales ofrecidos por las autoridades chinas no se ha detectado ningún contagio en Wuhan desde el pasado mes de mayo. Aunque las cifras chinas siempre han sido cuestionadas y deben mirarse con lupa, lo cierto es que vimos como en pocos días construían hospitales, desplegaban su potencial militar y más de 25.000 sanitarios. El confinamiento fue extremo con la declaración del Estado de Excepción. Únicamente se permitía a un miembro de cada familia hacer la compra dos veces por semana y cualquier persona que saliese a la calle sin justificación se consideraba automáticamente como un criminal con la posibilidad de ser detenido.
Para muchos en Europa el enfoque adoptado por China está marcado por el cierre draconiano observado en Wuhan. Pero otras partes del país no experimentaron este tipo de medidas en un sentido tan estricto. Ni siquiera en las primeras etapas de la pandemia. El éxito de China en el control de la pandemia no reside tanto en las primeras medidas adoptadas, aunque fueron muy efectivas para detener los brotes regionales. Su éxito radica en el manejo de la situación una vez que la población puede comenzar a desplazarse de nuevo.
La capacidad de rastreo de todos los casos y contactos ha permitido a las autoridades identificar rápidamente los brotes locales. Se ha desarrollado un sofisticado “código de salud” basado en colores para rastrear los movimientos de las personas. Se requiere un código de salud verde y QR para las empresas lo que facilita el rastreo en caso de aparición de algún positivo. Una estrategia que ha posibilitado que, en el momento en el que han surgido casos o un brote, se han podido perimetrar las áreas afectadas para realizar pruebas masivas. El ejemplo más reciente lo encontramos en el brote en la ciudad de Qingdao donde se hicieron pruebas a más de 10 millones de personas en una semana tras el reporte de 12 casos de transmisión local.
La contención del virus se ha visto favorecida por el uso generalizado previo a la pandemia de mascarillas y el cumplimiento escrupuloso de medidas de higiene pública. Asia oriental sufrió en 2003 la epidemia de SARS por lo que la población ya era conocedora de la necesidad de utilizarlas. Esto también ha ayudado ya que, a diferencia de otros muchos países, los gobiernos asiáticos cuentan con planes para hacer frente a brotes epidémicos. Si bien la gestión de China en las primeras semanas de la pandemia es criticable debido a la censura de las noticias y una estrategia de minimización de la gravedad, la respuesta fue rápida y decisiva a diferencia de las vacilaciones de los países europeos y Estados Unidos.
Cabe destacar que China, aún en su nueva normalidad, ha mantenido alerta su capacidad de detección y rastreo. Decisión a la que se ha sumado un férreo control fronterizo tanto exterior como interior. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya advirtió el pasado mes de febrero de que “gran parte de la comunidad internacional no está preparada, ni mental ni materialmente, para implementar las medidas que se han empleado en China para contener la Covid-19”.
“Es fundamental para estas medidas una vigilancia extremadamente proactiva para detectar casos de inmediato, un diagnóstico rápido y aislamiento inmediato con un seguimiento y cuarentenas rigurosas de todos los contactos, así como un alto grado de comprensión y aceptación de estas medidas por parte de la población”, detallaba el informe de la OMS.
El principal error que diferencia las estrategias de los países europeos con la aplicada en China se encuentra en el objetivo fijado. Mientras en Europa no dejamos de escuchar la necesidad de doblegar o aplanar las curvas de la pandemia, en China desde el primer momento la meta principal fue la de acabar con el virus. Y lo han conseguido, aunque haya sido de una forma cuestionable para muchos al anteponer el fin nacional sobre los derechos individuales de los ciudadanos.
Fuente: Consalud