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La fisioterapia intangible: a vueltas con el caso de Nadal en Indian Wells

En ocasiones me paro a pensar que quizás la fisioterapia nació el primer día que, hace miles de años, un homo sapiens cazador-recolector, se echó las manos a una parte de su cuerpo dolorida o magullada. Con poco o ningún acceso a ninguna forma de medicina, más allá del uso de ungüentos o hierbas medicinales, nos pasamos miles de años usando las manos para aliviar dolores. Carecíamos de los conocimientos que le dieran una base científica a esas técnicas rudimentarias, pero debía tratarse de algo muy intuitivo e instintivo ya que se siguió haciendo, generación tras generación, hasta hacer de eso una profesión. En España, la fisioterapia nació como profesión independiente de la enfermería en el año 1984. Siempre he considerado una preciosa casualidad que ese fuese el año de nacimiento de quien escribe estas líneas, una fisioterapeuta de vocación tardía pero con absoluta devoción por esta profesión, a mitad de camino entre la ciencia y la artesanía. 

Han pasado ya varios días desde que un fisioterapeuta fuese señalado en muchos medios de comunicación como posible culpable de provocar o agravar la lesión que Rafa Nadal sufrió en el pasado torneo de Indian Wells. Más allá de artículos sensacionalistas, me sorprende sobremanera el linchamiento en redes sociales por parte de los propios fisioterapeutas hacia este compañero de la ATP, cuyo único objetivo era intentar ayudar al tenista español, con un tiempo muy limitado, en una situación de máxima tensión. La profesión ha cambiado muchísimo desde que empezó, salen a pares estudios científicos que hoy contradicen lo que ayer era el Padre Nuestro de la fisioterapia y, por el camino, nos enfrentamos unos a otros con que si una técnica u otra es fisioterapia o deja de serlo por estar o no avalada científicamente. Nos tiramos piedras sobre nuestro propio tejado, como si no tuviéramos suficiente con convivir constantemente con los vetos a los que nos someten algunos médicos (“que no te toque el fisio!”, habrán escuchado los lectores de boca de sus médicos en más de una ocasión), o con los ensalzamientos desmesurados de parte de nuestros pacientes, sean o no deportistas profesionales. No somos ni tan malos, ni tan buenos.

Entiendo y comparto que la profesión tiene que avanzar hacia técnicas y metodologías de tratamiento cuya eficacia se vea contrastada por evidencia científica. Eso nos llevará a ofrecer el mejor tratamiento posible para nuestros pacientes, disminuyendo el tiempo de recuperación de sus lesiones y limitando el riesgo de recaída. Sin embargo, en mi humilde opinión, no podemos obviar el efecto no específico de nuestros tratamientos. Estoy hablando de lo que no sabemos por qué funciona, pero funciona. ¿Las paredes de tu consulta están pintadas de blanco, y está iluminada con luz cálida indirecta? Tu paciente se recuperará mejor. ¿Miras al paciente a los ojos cuando le realizas la entrevista inicial? Tu paciente se recuperará mejor. ¿Le preguntas sobre su familia, aficiones o mascota? Tu paciente se recuperará mejor.

Son todas esas cosas intangibles a las que no prestamos mucha atención, pero tienen un papel importante en la evolución de la lesión. El fisioterapeuta puramente científico pensará que todas estas cuestiones no tienen ningún tipo de relevancia, pero los pocos años de experiencia que acumulo me han enseñado que aliviar el dolor ajeno supone entender la biomecánica, la fisiología, y la mente que aloja ese dolor. Esto requiere empatía, adaptabilidad, capacidad de escucha, y darle al paciente tanto lo que necesita como, en parte, lo que quiere. Porque lo que el paciente quiere es lo que, ya sea por creencias o aprendizajes, siente que le va bien. Y si el paciente siente que le va bien, mejorará, aunque la técnica que estemos empleando no esté contrastada científicamente. Lógicamente, con el tiempo y el conocimiento de ese paciente, parte de nuestro trabajo es educarle hasta conseguir eliminar creencias absurdas acerca de sus dolencias, pero la realidad es que, nos guste o no, hay cosas a priori absurdas que consiguen que los pacientes mejoren. Soy la primera que quiere elevar la fisioterapia al nivel de cualquier ciencia médica, y que la profesión sea respetada de la misma manera, pero creo que el contacto físico con el paciente, nuestras manos sobre su cuerpo, tienen un potencial curativo que aún no llegamos a comprender del todo. 

No creo que merezca la pena seguir debatiendo si el fisioterapeuta de la ATP estuvo acertado o equivocado. Hizo lo que hizo pensando que era lo mejor para el deportista, con la información que tenía en ese momento. A todos los críticos, me gustaría verles en esa situación. Mi pensamiento gira en torno al gran ego que abunda en esta profesión. Es normal, todos los pacientes dicen tener al mejor fisioterapeuta del mundo, asi que alguna vez ese fisioterapeuta seremos nosotros. No hace falta intentar apagar la luz ajena para tratar de brillar más, no hace falta desmerecer a compañeros altamente cualificados, ni intentar imponer una metodología de trabajo concreta en una profesión que tiene un punto de artesanía. Seguiremos siendo el mejor fisioterapeuta del mundo para nuestros pacientes, no por las técnicas que utilicemos sino por cómo les hagamos sentir. Por lo intangible. 

 *** Blanca Bernal es fisioterapeuta, trabajó varios años para la WTA y el World Padel Tour, y la actualidad lo hace en su clínica Mobility

Fuente: El español

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