La adolescencia es una etapa caracterizada por el desarrollo físico, cognitivo, social y emocional. Esto convierte a los jóvenes de entre 10 y 24 años en una especie de ‘esponjas’ que absorben todo tipo de estímulos, tanto positivos como negativos, con repercusión para el resto de su vida. El aumento de la autonomía en la toma de decisiones, unido al desarrollo psicosocial, contribuye a la aparición de conductas en la adolescencia que influirán en su vida adulta. Dichas conductas incluyen la actividad física, los hábitos alimentarios, el autocontrol de las enfermedades y las conductas de riesgo: tabaquismo y consumo de alcohol y otras drogas.
Bajo este contexto se ha desarrollado el informe “Cambios en los patrones de riesgo para la salud en la adolescencia: implicaciones para las políticas sanitarias”, publicado en The Lancet. El trabajo se centra en los cambios que los adolescentes de Reino Unido y otros países de altos ingresos han sufrido en los últimos 20 años. En concreto, el tabaquismo, el consumo de drogas y el consumo de alcohol han ido disminuyendo a largo plazo. Sin embargo, la obesidad y las enfermedades mentales han aumentado, convirtiéndose en algo común en esta franja de edad. Así, han explorado qué podría estar impulsando estos cambios.
Desde el año 2000, en Inglaterra, el tabaquismo, el consumo de alcohol y otras drogas o los embarazos adolescentes siguieron una tendencia descendente. Entre el año 2000 y el 2018, el porcentaje de estudiantes de 11 a 15 años que fumaban se redujo del 9% al 2%. Del mismo modo, el porcentaje de estos estudiantes que habían bebido alcohol durante la semana anterior disminuyó del 25% al 9%. Finalmente, los embarazos adolescentes en Inglaterra y Gales cayeron un 62%.
Además, los datos transnacionales muestran tendencias similares en otros países de altos ingresos. Por ejemplo, entre 1990 y 2019, se observan tendencias a la baja en el tabaquismo, el consumo de alcohol y la iniciación sexual temprana en Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos y Europa.
Sin embargo, no todo son noticias positivas. En contraposición a estas tendencias descendentes entre los adolescentes, la obesidad y las enfermedades mentales han empeorado. Así, la prevalencia de la obesidad entre las personas de 11 a 15 años en Inglaterra fue del 24% en 2019, en comparación con el 5% en 1990. En lo relativo a las patologías de salud mental, la incidencia de la depresión aumentó de 81 a 189 por cada 10.000 personas al año en niñas y de 26 a 89 por 10.000 personas al año en niños, entre los años 2003 y 2018 en Reino Unido.
Por su parte, la incidencia de la ansiedad aumentó de 48 a 225 por cada 10.000 personas al año en niñas y de 23 a 78 por cada 10.000 personas al año en niños. La autolesión mostró tendencias similares, aumentando de 58 a 117 por cada 10.000 personas al año en niñas y de 11 a 32 en niños. De nuevo, se reportaron aumentos en la obesidad y la mala salud mental en adolescentes en gran cantidad de países de altos ingresos.
NUEVOS RIESGOS EMERGENTES
Además de los cambios en el consumo de sustancias tradicionales, han surgido nuevos riesgos para la salud adolescente. El vapeo, por ejemplo, ha ganado popularidad entre los jóvenes, con un 21% de adolescentes entre 11 y 17 años que notificaron haber vapeado en el último año. Este hábito no solo plantea preocupaciones sobre la salud pulmonar a largo plazo, sino que también podría servir como una puerta de entrada al consumo de tabaco. A su vez, el impacto de las redes sociales y el mundo digital suponen también una preocupación creciente. Estos medios han alterado significativamente el paisaje social y emocional de los adolescentes, con posibles consecuencias negativas para la salud mental y el desarrollo social.
Los cambios en los patrones de comportamiento de los adolescentes tienen implicaciones importantes para la práctica clínica, las políticas de salud pública y la investigación futura. Las iniciativas actuales deben continuar abordando el consumo de sustancias y otros comportamientos de riesgo, pero el informe pone de manifiesto la urgente necesidad de expandir el enfoque hacia la salud mental, la actividad física y la nutrición adecuada. Así, se requieren políticas adaptativas que respondan a los nuevos desafíos.
Finalmente, en términos de investigación, es necesario realizar estudios multidisciplinares y de largo plazo que comprendan la compleja interacción entre factores biológicos, psicológicos y sociales que influyen en los comportamientos adolescentes. Los estudios no solo ayudarían a comprender mejor los cambios observados, sino que también informarán del desarrollo de intervenciones más efectivas y adaptadas a las cambiantes necesidades de los adolescentes de hoy en día.
Fuente: Consalud